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  • Foto del escritorEl blog de Luisa Chico

Y de pronto todo cambia… Lo que hasta ayer era importante en mi vida dejó de serlo. Lo que me motivaba para levantarme cada día cambió también. Lo que parecía imposible se hizo posible y… llegó la paz.

Se paró el tiempo, las prisas desaparecieron, las obligaciones quedaron en el pasado, mis sentidos recobraron su utilidad y bastó con eso para que mi mente y mi cuerpo avanzaran a otro ritmo.

Ahora transito despacio. Paseo en lugar de correr y me deleito ante una preciosa puesta de sol o ante un mar embravecido tratando de atrapar ese momento con mi cámara.

Me siento en el jardín y cierro los ojos respirando hondo el aroma del campo mientras degusto un deliciosa café recién hecho. Me acunan el sonido de las hojas del pino y el trino de los pájaros que revolotean entre las ramas de los arbustos y los árboles cercanos.

Mis pinceles han vuelto a ver la luz después de años guardados en su caja de madera. De fondo me acompaña la música... siempre la música.

Un té verde y un rato de charla, en buena compañía, en cualquier terraza del pueblo que me acoge hace que el tiempo pase gratamente.

Vivo cada momento como si fuera el último que me esté permitido vivir y eso hace que le saque el jugo a cada segundo, a cada rayo de sol, al abrazo del mar, a cada vivencia, a cada maravilla de las que me ofrece la vida.

Llegó la paz.



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  • Foto del escritorEl blog de Luisa Chico


Inicio el día con paso lento… los años no perdonan y a veces cuesta saltar de la cama.

Los ojos inflamados, quizá conteniendo las lágrimas que anoche no quise verter.

Algún dolorcillo aquí y allá me recuerda la frase de una amiga que decía que ella no estaba vieja sino crujiente.

Hay días en que mi espalda se niega a ponerse derecha y mis hombros se vienen hacia adelante como si cargaran todo el peso del mundo sobre su debilidad.

Pero el sol se empeña en salir un día tras otro desde ese horizonte del este frente al que vivo. Y yo salto de la cama porque no queda otra.

Sin prisas, me voy al baño y refresco esos ojos que ya han visto demasiados cambios, por un momento me detengo a mirarme en el espejo mientras seco mi rostro. Están tristes, ahora pocas veces los veo chispear ilusionados.

Pongo rumbo a la cocina en busca de un desayuno que no me gusta, pero que es el que debo tomar si no quiero agravar, aún más, mis achaques. Por supuesto también hago uso de mi dosis diaria de pastillas, esas que me permiten ir recomponiendo mi día con el paso de las horas.

Trato de enderezar mi espalda mientras abro el balcón con la taza humeante en mis manos. Leche de avena, ¡puaggggg! Atrás quedó la sabrosa leche “de verdad” que ahora tanto daño me hace.

Me gusta empezar el día sentada allí, mirando la parte del valle que se divisa desde mi casa, naturaleza y campo de la que disfruto entre sorbo y sorbo.

De vez en cuando me llega atenuado el sonido de algún coche que transita raudo por la autopista, tal vez ocupado por gente que parte rumbo a sus trabajos, y pienso: “No puedo quejarme, al menos yo puedo iniciar el día sin agobios y disfrutando la mañana a mi ritmo”.

Sonrío y, dando el último sorbo a mi taza, la dejo sobre la mesita para coger el libro del que estoy disfrutando en estos momentos.

Acaba de comenzar una nueva vuelta al mundo.

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  • Foto del escritorEl blog de Luisa Chico

Poseo la inmensa fortuna de tener sentimientos de hija por tres mujeres maravillosas.

Aunque ya no estén a mi lado, las siento conmigo y en mi cada minuto de mi existencia pero, el primer domingo de mayo vuelven con fuerza a mi mente de forma especial y los recuerdos me invaden.

Mi agradecimiento eterno a la que me dio el ser, Hilda. Ella, no solo me prestó su cuerpo para que me formase como ser humano en ese gesto de generosidad de toda madre, sino que encauzó mi vida en el respeto y la tolerancia haciéndome la mujer honesta que soy. Partió hace más de cuarenta años pero aún, si cierro los ojos, puedo ver su sonrisa tierna y sus ojos tristes.


Mil veces gracias a mi tía y madrina Luisa. La mujer de los preciosos ojos azules. A ella le debo el nombre, pero también el amor por las flores, por el trato afable con los demás y, sobre todo, me enseñó a sonreír incluso cuando el dolor atenaza nuestro cuerpo.






Y más tarde, llegó a mi vida mi tercera madre, Justina. Ella tendió su mano cuando las otras dos se marcharon de este mundo y las sustituyó con fuerza acompañándome en el camino que aún me faltaba por recorrer. Me ayudó a criar a mis hijos y me sostuvo cuando las fuerzas me hacían decaer.



A las tres les debo el haber sido los pilares en los que pude apoyarme siempre. Por eso, no es de extrañar que cada primer domingo de mayo las sienta dentro de mí.


Al final vamos a tener que agradecer al comercio mundial el haber creado un día para las madres, porque al menos nos hará recordarlas este día de forma especial, aunque nuestro amor no vaya envuelto en un brillante papel de regalo y un gran lazo.


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