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  • Foto del escritorEl blog de Luisa Chico

No tengo muy claro en qué momento comencé a navegar en la red. Supongo que me impulsaría mi inquietud por aprender un poco de todo y por "visitar" el mundo sin salir de casa. Internet me puso fácil hacer realidad algunos de mis sueños recurrentes: escribir, hacer amigos y viajar.


En la red encontré siempre la información que necesitaba para mis trabajos literarios, por lo que el “trabajo de campo” se hizo más rápido y sencillo. También me permitió formarme un poco más en cosas puntuales, lo que enriqueció mis conocimientos.

Sobre lo de viajar, lo primero que resolví fue la compra de billetes para hacerlo. Pero también fue fácil planificar esos viajes desde casa viendo incluso, a través del Google maps, los lugares que iba a visitar.


Las redes sociales resolvieron mi deseo perpetuo de conocer gente y hacer amigos. Mi círculo social no supo de fronteras a partir del momento en que las descubrí. Ya no tenía que limitarme a conocer gente en mi entorno cercano, en eventos o de forma circunstancial. La amistad virtual no tiene límites geográficos y encontrarnos después aquí o allá era solo cuestión de voluntad por ambas partes. No podría decirte cuantos de mis amigos actuales he conocido en redes, pero te aseguro que son muchos.


Las redes, como casi todo en la vida, tienen sus seguidores y sus detractores, en mi caso solo puedo decir que todo lo que han traído a mi vida ha sido positivo, quizá porque he sabido gestionarlas y no dejarme absorber por ellas. Si estás leyendo esto, es porque una red social te ha traído hasta mi rinconcito en la red. Sé siempre bienvenido/a.




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Debo reconocer que de todas las fiestas navideñas mi preferida fue siempre el día de Reyes.

De pequeña lo vivía con ilusión esperando algún regalito que siempre aparecía, de solo Dios sabe donde, en un domicilio tan precario como el mío, pero donde siempre reinó la alegría, el respeto y el amor.

De adolescente esperaba ese día porque era el momento de renovar vestuario y eso para alguien joven, en edad de presumir, como decía mi abuela, era un momento muy importante.

Al llegar a la adultez, todo cambió, la responsabilidad de los regalos recayó en mí y por primera vez, al menos conscientemente, admiré a mis progenitores al entender cuantas filigranas había que hacer para contentar a todos. Aún así yo vivía las compras de Reyes con ilusión y una ligera inquietud que casi se acercaba a la felicidad. Pensar detenidamente en los regalos para unos y otros. Elegirlos con mimo tratando de aunar lo pedido con lo práctico, pero que a la vez fuese algo sorpresivo y hacer coincidir todo eso en un monedero en el que tintineaban escasas monedas… no resultó nunca tarea fácil, pero no por ello resultaba menos ilusionante.

Cuando llegaron mis hijos entendí al cien por cien el sentido de este día. Vivir con ellos los nervios en la jornada previa a la llegada de sus majestades los Reyes. Ver sus caritas de ilusión, con esos ojitos encendidos y esas sonrisas excitadas, era magia pura. No sé si eran ellos más felices o yo por poder hacer realidad sus sueños ese día, dentro de mis posibilidades.

Cuando crecieron todo cambió, la magia se diluyó en una fiesta para compartir regalos que, a veces, se limitaban a un sobre con dinero, aunque siempre me negué a que no tuviesen algún paquete que abrir esperando ver su contenido y, a pesar de que sean mayores, en esos momentos sus ojos vuelven a brillar y yo me siento feliz. ¿A quién no le gusta recibir un regalo?

Con el paso de los años, la Navidad ha perdido casi todo su sentido para mi, al igual que ha pasado en tantas personas que conozco, el boom del consumismo acaba enturbiándolo todo impidiendo a la magia hacer su trabajo, por eso el auténtico sentido de estas fiestas sigue perviviendo principalmente en el corazón de los niños.

Yo agradezco infinito seguir ilusionándome al comprar regalos y, cómo no, al recibirlos, sea lo que sea, el solo hecho de que esa persona que me lo hace llegar haya dedicado un tiempo y parte de sus ahorros a comprarlo me hace valorarlo intensamente, y este sentimiento crece al llegar el día de Reyes.

Ojalá sus majestades hayan sido generosos con todos y nuestros ojos hayan brillado por un momento en el día de hoy.


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Tal día como hoy, hace justo un año, comencé un cambio de vida radical.

Tocaba ponerse las pilas y luchar por lo único que debía importarme, mi salud física y mental.

Meses antes ya había comenzado a poner en práctica algunas cosas que consideraba necesario para ello. Dejé atrás mi mundo de estrés literario, ese que casi me lleva al borde del abismo que separa el placer de escribir de la obsesión por hacerlo y mejorar desesperadamente cada día.

Me bajé de muchos barcos en los que navegaba casi a la deriva, sacando tiempo de donde no lo tenía, dispersa en los mundos de otros.

Volví al campo. Tengo el privilegio de contar con un trocito de terreno en el sureste de la isla, heredado de mis padres, que había abandonado por demasiado tiempo. Allí compartí el canto de los pájaros con un café relajado y una buena charla con mi hermano.

La cueva de los abuelos se vio restaurada en unos meses gracias a la ayuda de mi hermano y mis hijos y, frente a ella, un patio ajardinado que fue “amueblado” por las plantas que aportaron mis buenos amigos, felices de verme cada día más contenta.

Así, en La Chapa, bajo el techado del patio que tanta amistad y parrandas había alojado en el pasado, volvieron a sonar las guitarras mientras un buen vino se deslizaba por nuestras gargantas, renaciendo el Patio Parrandero.

Adoro mis tardes de trasplantijos con alguna amiga; de infusiones hechas con la menta, que planté con mis manos, sentadas en la mecedora que fue mi regalo de los Reyes pasados; de planes de mejora hechos al aire que cambiaban cada semana: Aquí vamos a plantar esto, aquel rincón está muy soso, esta planta necesita un parterre, hay que arreglar bien los escalones para bajar con mayor comodidad…

Pero el giro definitivo se fraguó en esa franja que aloja los dos últimos días del año que terminaba, 2021, y los dos del recién estrenado 2022. Cuatro días donde mi hija y yo planificamos un cambio de domicilio que trajese a mis días calidad de vida y… en marzo, gracias a su generosidad, me mudé a Candelaria.

Hoy transito despacio por la avenida marítima dejando que el aire impregnado de salitre me despeine. Mis pies me llevan aquí y allá desde Las Caletillas hasta la Basílica, siempre en una dirección diferente, pero siempre rumbo a la paz y la felicidad. Aquí hay luz en los ojos de las personas con las que me cruzo.

A pesar de ello, no he renunciado a seguir sintiéndome útil apoyando a la cultura de las islas y mi revista Tamasma Cultural sigue surcando los mares cibernéticos más allá del Atlántico. Mientras que, un par de veces al mes, me reúno con la gente que, como yo, ama escribir y compartir para ponernos al día con nuestros pequeños o grandes, pero siempre ilusionantes, proyectos literarios.

Mi camino se ha hecho transitable, aunque para ello haya tenido que vaciar mi maleta de tantas cosas que hice y alejarme de algunas personas que amé en su día.

Todo tiene un precio en la vida y la tranquilidad no podía ser menos.

Feliz con mi nueva vida. ¡Bienvenido 2023!


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