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  • Foto del escritorEl blog de Luisa Chico



Relegaré mi dolor

a lo más profundo,

aislándolo en oquedades

a donde nadie pueda llegar,

ni siquiera tú,

con tu paso indolente.

ni siquiera tu abrazo tan falso

como el beso de Judas,

ni siquiera tus ojos vidriosos

esquivos y colmados de culpa.


Te dejo atrás como el lastre

que no me permite avanzar.


Parto en pos de otros espacios

donde la vida no pese tanto,

donde hasta el dolor sea soportable,

donde los abrazos sean sinceros,

donde una sonrisa baste

para arropar mi hastío.


Hoy me despido de ti

por siempre y para siempre… amor.

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Emulando parcialmente al ilustre poeta yo diría hoy: «Podría escribir los versos más dulces esta noche...» y en cada renglón expondría un momento de ensoñación aterciopelada. Si cierro los ojos aún puedo verte ahí, en mi retina, cerca del mar que tanto amamos. Podría escribir los versos más dulces esta noche pero… ¿acaso unos simples versos serían capaces de expresar todo lo que siento?

Y no me estoy refiriendo a esos versos de líneas inconexas, donde se sepultan en metáforas las palabras que realmente describirían el sentimiento que los inspiró. Me refiero a los otros, a los versos donde borbotean emociones cálidas y fácilmente reconocibles solo con que el lector posea un ápice de sensibilidad.

Yo podría escribir los versos más dulces esta noche. Y serían dulces porque hablarían de ti, de mí, de sol y de arena, de complicidad, vivencias, cariño, en definitiva hablarían de amor. Ese amor que pocos conocen, el que lo da todo a cambio de nada, sin esperar nada, sin aspirar a ser nada más que lo que es, pero sabiendo que en ese nada está la fuerza del amor en sí mismo. Ese amor que no precisa de compromisos, que no sabe de frecuencias, que no necesita etiquetas, ni tiempos, ni prisas. Ese amor que solo es… amor.

Pero he elegido hoy la prosa poética para hablar de ello, quizá, porque ya existen muchos cantos al amor con rima o sin ella, pero en lecho de poesía, yo misma he cabalgado sobre etéreas alas en pos de lunas y estrellas salpicando de pétalos de rosas el camino. O tal vez porque me resulte más sencillo divagar entre palabras y recuerdos, de esos que te llenan la vida sin saber muy bien por qué, sin buscar cadencias ni rimas, solo fluyendo en la dulzura que inunda mi mente ante tu recuerdo.

Podría escribir los versos más dulces esta noche. Porque en mi pervive aún el sonido de tu voz desgranando confidencias, el aroma de tu cuerpo impregnado de salitre, el roce de tu piel ardiente de sol, el beso en mi mejilla, el abrazo protector… tu cariño sin medida… tu corazón y mi amor.

Que reine la prosa en esta noche dulce que pone broche de oro a un día donde la magia se ha hecho presente.

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Las vi avanzar por la avenida entre risas cómplices, parándose aquí y allá para puntualizar algún fragmento de charla. Por un momento envidié su sana alegría y quizá ese ramalazo de envidia hizo que hasta me molestase un poco su algarabía mañanera.

Tuve lo que, en principio pensé que era una desgracia, de verlas acercarse a un banco justo frente al que estaba sentada yo con mi soledad y mis reflexiones matutinas frente al mar. Algunas tomaron asiento y otras hicieron corro alrededor permaneciendo de pie, quizá las más inquietas. Por un rato siguieron las charlas y las risas ajenas a cuanto las rodeaba. Minutos después la cadencia de un bolero, pésimamente interpretado por cierto, surcó el aire y enseguida se le unieron otras voces igualmente desafinadas en su mayoría; retazos de la letra de aquellos boleros que fueron desgranando uno tras otro se les perdía entre risas y palmas, pero ellas seguían adelante ajenas a la que estaban montando a su alrededor. Ese corro cerrado les impedía, seguramente, fijarse en que la gente se paraba para escucharlas y en que algunos, cuando terminaban un tema, hasta les aplaudían, cosa que yo no podía entender, yo solo pensaba que si aquello duraba mucho más tendría que dejar mi confortable asiento bajo la enredadera que cubría mi banco y seguir el paseo para buscar la calma en otro punto de Las Canteras, pero… seguí viéndolas, escuchándolas y sin darme cuenta también quedé enganchada a lo que me impregnaba poco a poco de ¿vida? Comencé a mirarlas con otro interés, eran 9 mujeres, la mayoría pasaban de los 60 y si me apuras mucho alguna rondaba ya los 80; todas reían y cantaban como si el mundo fuese únicamente de ellas, y entonces lo supe…

Ellas eran el ejemplo vivo de algo que todos ansiamos y pocas veces conseguimos tener: la LIBERTAD. Se sentían libres de todo y de todos, inmersas en su mundo feliz donde los relojes hacía tiempo que habían ido a parar al fondo de una gaveta o quizá al mismo cubo de la basura. Un mundo feliz donde el tiempo se había parado y las prisas eran un recuerdo remoto ya en su memoria. LIBERTAD. Un mundo feliz en que el qué dirán importaba un carajo. Un mundo feliz donde lo prioritario era justo eso, ser felices. LIBERTAD.

Sin darme cuenta volví a envidiarlas y miré mi reloj, en unos minutos debía incorporarme al trabajo, al fin y al cabo era casi mediodía de un día cualquiera entre semana. Me deleité con el siguiente bolero feliz, ahora, de haberlas entendido. Me dije: “A partir de hoy ya sé lo que significa la palabra LIBERTAD en toda su extensión”. Me propuse ser como ellas incluso antes de llegar a la edad de ellas. Sonreí, me puse en pie y volví a la cafetería para servir las mesas, ese día lo hice con otra perspectiva de vida.

Parecía increíble el efecto que había tenido en mi aquellos boleros, mal cantados, en voces felices un día cualquiera en una calle cualquiera pero… en LIBERTAD.

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