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  • Foto del escritorEl blog de Luisa Chico

Amanece, que no es poco.

Entre nubarrones gris oscuro se abre una brecha de luz dorada.

El sol lucha por iluminar al mundo y yo lo observo desde mi ventana.

Amanece, que no es poco.

Un gato cruza indolente el aparcamiento.

Camina despacio, altanero, sabedor de ser el amo de la calle en este amanecer.

Los pájaros cantan al nuevo día desde los árboles de la placita cercana.

El aire fresco de la mañana acaricia mi rostro alejando de él las señales de la noche.

Doy el último sorbo al café que casi se enfría en mi taza.

Amanece, que no es poco.

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  • Foto del escritorEl blog de Luisa Chico

Llevo un rato en mi ventana. El sol acaricia mi rostro, mis manos, mis brazos... y su calidez es de agradecer.

Hace días que observo, a lo lejos, el mar muy quieto, y eso no es propio de esta época del año.

Tengo la impresión de que el mundo se ha detenido, y no me refiero solo a las personas confinadas entre las paredes de su casa en estos aciagos días de abril.

Sin embargo sé que no todo se detiene. Los delincuentes siguen buscando la forma de hacerse con lo ajeno aprovechando este impase de vida; por un momento me pregunto dónde andarán en estos días los toxicómanos del mundo. Mientras el virus de moda hace estragos en la gente, otras enfermedades siguen machacando los organismos de quienes las padecen, con el agravante de no poder medicarse o tratarse adecuadamente. El fantasma del paro se hace grande, oscuro y fuerte en los hogares humildes…

A lo lejos ladra un perro. Hace un momento el tranvía pasó sibilante por la avenida vacío de gente y de vida. Un par de guaguas, igual de vacías, han cruzado la misma vía hace un rato. Pero mi mirada ha vuelto a ese mar quieto, expectante, con un brillo inusual que parece disuelto en leve bruma.

Agito la cabeza y dejo de pensar en aquello que me inquieta y que no puedo ayudar a resolver, salvo aislándome también en casa.

Vuelvo a mi mundo virtual a dejar que pasen las horas imaginando un mundo mejor para cuando todo pase. No quiero volver a la normalidad, quiero volver a un mundo diferente, más humano e inteligente. Pensar en eso es lo único que hace soportable la espera y yo voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que eso suceda.

Tal vez mañana ponga el reloj temprano para ver amanecer… o tal vez no. Pero tener una casa que mira al este es todo un privilegio que yo no estoy aprovechando.

Cierro la ventana que no volveré a abrir hasta las 7 de la tarde para compartir una sonrisa, un deseo y un aplauso.

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Se me va el tiempo sin apenas darme cuenta. Las horas pasan deprisa, como si se les fuera a hacer tarde para llegar a… ninguna parte.

Los días se solapan unos con otros llenando mis vacíos de actividad atrasada, de proyectos para un futuro que ojalá llegue pronto a sacarnos de esta sensación de vivir en ralentí.

Ya es de noche otra vez y ni siquiera me había percatado de ello. Será el silencio que lo envuelve todo y no me permite distinguir el día de la noche, salvo por la luz solar.

Afuera, el mundo está ausente. Aquí, solo se escucha el sonido de mi teclado. Hoy no me ha apetecido escuchar música. Seguramente no volveré a escucharla a gusto hasta que haya pasado mi luto interno por todas esas personas que ya no están, y prefiero no ponerla. La música es para vivirla y sentirla. Mi alma, de momento, cerró los oídos a todos los sonidos. A los que no suenan donde y como debieran y a los que no me apetece oír.

Hoy me siento triste y ni la música puede aliviar mi dolor.

Mañana… mañana será otro día.

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